jueves, 2 de abril de 2009
Palabras a la asamblea del Colegio de Abogados de Puerto Rico (1947) Nilita Vientós Gastón
Antes que nada quiero agradecer a la Junta de Gobierno del Colegio de Abogados la distinción que me confiere al designarme para dirigir a los colegiados que asisten a esta Asamblea unas palabras. Deseo además advertir que la intención de mi discurso se aparta bastante de lo que implica el título que se le da en el programa, más que unas palabras de bienvenida se proponen ser un recuento de la labor realizada por el nuevo Colegio de abogados desde su fundación en 1932, examinar, con ustedes, si esta labor está a la altura de la que corresponde a una agrupación de la naturaleza de la nuestra, en otras palabras preguntar ¿cumple a cabalidad su misión?
Mas, antes de proceder a contestar esta preguna reflexionemos, aunque sea unos momentos, sobre lo que es un abogado y el papel que en una comunidad desempeña, ya que esto ha de servirnos de base para fijar la función del Colegio. Dicho así, escuetamente, y de pronto, parece innecesario. ¿Cómo va a ignorar un abogado lo que es y significa? ¿Cómo va a carecer del sentido de su función una agrupación de abogados? ¿Por qué este empeño en discutir lo obvio? Pero a poco que se reflexione veremos que no es tan fútil la pregunta: las cosas, entre las que vivimos todos los días son las que menos se miran, las más profundas convicciones las que menos se examinan, lo usual y lo cotidiano lo que menos se analiza, tan por sentado lo damos, tan sabido lo creemos que reservamos, casi siempre, la pregunta y el examen para las cosas excepcionales e inusitadas. Creo que esta natural tendencia unida a otras influencias características de la época de transición en que vivimos —la confusión intelectual, la inestabilidad emocional, la inseguridad económica, la crisis en suma de todos los valores que dan su tono a la civilización occidental— nos han hecho olvidar lo que debemos ser, la responsabilidad, que como miembros de esta agrupación tenemos la obligación de asumir.
El abogado es el profesional que de modo más inmediato y directo influye en una comunidad. Da forma, modifica, interpreta y pone en vigor la ley, es decir, nada menos que aporta su ciencia para que la sociedad en que vive disfrute de orden y consecuentemente de libertad. No sería exagerado afirmar que es el armonizador de las diversas funciones que realizan los organismos de una comunidad civilizada. De él dependen en gran parte las garantías fundamentales que brinda a sus ciudadanos una sociedad moderna —el respeto a la vida, la fijación de las relaciones familiares, las normas reguladoras del trabajo, la distribución de la propiedad, etc.— Recordemos las posiciones que ocupan en los organismos directivos y fijadores de la política del país los miembros de este Colegio. Comparémosla en este sentido, con los colegiados de otras agupaciones profesionales y veremos que predominan los abogados. Si éste es, expuesto a grandes rasgos, "grosso modo" el papel del abogado, fácil es deducir que ha de ser forzosamente el más culto de los profesionales —a excepción del escritor,— pero en Puerto Rico el escritor no ha alcanzado aun la "categoría" de profesional. Es entre todos, el hombre de letras por antonomasia, no en balde se le llama letrado. Culto, no meramente eso que hoy substituye al hombre culto el "hombre bien informado". La posesión de datos, el conocimiento de hechos, sin una norma, principio o filosofía a que referirlos y les armonice, más que sabiduría produce confusión. Nunca en la historia del mundo han tenido los hombres a su alcance tantos datos, hechos, informes y estadísticas, ni mejores medios para adquirir conocimientos. Sin embargo pocas veces han estado más confundidos y ninguna otra tan distanciados espiritualmente. Cultura significa integración, armonía de todas las facultades del individuo, es como decía un espíritu sagaz, el residuo que queda después que olvidamos lo que deliberadamente nos propusimos aprender.
Si en una época normal es importante la labor del abogado, lo es mucho más en una de transición como la que vivimos, en la que para no traicionar su misión ha de ser mucho más que un abogado, en que para cumplirla menester es que deliberadamente olvide algunas veces que lo es. Digo esto porque el abogado, tiende a ser, por sus relacio-nes con los intereses creados, por su papel de mantenedor del orden, un conservador, un apologista del "status quo". Hoy más que eso debe ser un reformador, preocuparse más que los de generaciones anteriores por lo que está ocurriendo en el mundo, someter a revisión lo heredado. El problema de nuestra época exige más que conservar, renovar y transformar. La ley está hoy mucho más retardada en relación con las necesidades sociales que en ninguna otra época. Uno de los trabajos más urgentes de nuestra profesión es el de que no prolonguemos demasiado tiempo esta distancia injusta y peligrosa, modificar la ley para salvar la diferencia. El abogado ha de ser en nuestro tiempo un espíritu inquieto y preocupado, más hombre universal, en el sentido humanista, que el de otras épocas de plenitud y de disfrute. La tragedia es que hoy lo es menos que nunca, mientras más se amplía su campo de acción mas limita sus conocimientos, mientras más se complican los problemas más provinciano se torna. Como todos los cuerpos profesionales sufrimos hoy del gravísimo mal de la educación de nuestro tiempo: la especialización. El abogado es entre todos los profesionales al que más perjudica esta tendencia, la esencia de su labor le exige, precisamente, que no sea un especialista. Limitar su estudio al mero conocimiento de los estatutos y las decisiones de los tribunales le incapacita no sólo para desempeñar airosamente el papel que por razón de su profesión le corresponde sino también para triunfar en el campo estrictamente profesional. El abogado que no sabe más que estatutos y decisiones estará siempre en desventaja ante el que conoce la historia y sentido jurídico de los mismos, su relación con otras materias, ante quien posee, en suma, conciencia de las tradiciones de su profesión.
En Puerto Rico la labor del abogado es aún más difícil porque nuestra situación política nos obliga a armonizar dos derechos de naturaleza distinta: el civil y el común. Y por otra razón a la que no hemos dado la importancia que se merece: el lenguaje. Nuestro sistema educativo —si es que puede llamarse sistema el criterio arbitrario y antipedagógico que lo caracteriza— no nos dota de conocimiento de la lengua que es para un abogado, imprescindible. Aunque el concepto popular así lo afirme el abogado no es el señor que tergiversa palabras y confude conceptos, es por el contrario, el que esclarece el sentido de las palabras y fija y precisa conceptos. Obvio es que es imposible hacerlo sin el conocimiento adecuado del instrumento del pensamiento, el lenguaje. Pensamiento y lenguaje están tan estrelazados que no cabe separarlos. Se piensa con claridad sólo cuando se sabe hablar con claridad.
Forzoso es reconocer que en Puerto Rico ni la escuela elemental ni la secundaria, con la falsa pretensión de enseñar en dos idiomas para lograr sólo confundir en ambos, ni el Colegio de Leyes preparan al abogado para que en verdad lo sea. Esto significa que la labor de nuestra agrupación es mucho más seria e importante que la de otras similares en países donde esta situación no existe. Nuestro Colegio tiene acaso, más que ningún otro, la obligación de ser una segunda universidad para los colegiados. Las agrupaciones como la nuestra carecen de significación y de sentido si no continúan de algún modo ofreciendo a sus miembros el estímulo y los medios para mantener viva la curiosidad intelectual, la preocupación por comprender, el interés por los problemas vitales. Ahora bien: ¿qué ha hecho en este sentido el nuevo Colegio de Abogados de Puerto Rico durante sus quince años de existencia? Poco, tan poco, cuando se consideran los recursos espirituales y económicos de que dispone, que el recuento de la labor ha de proporcionarnos muy poca satisfacción: una matrícula de miembros entre los que figuran muchas de las personalidades más destacadas de Puerto Rico y un activo que irá aumentando en no menos de $50,000 todos los años. Pocas instituciones culturales de Puerto Rico cuentan con una matrícula tan influyente y con ingresos tan crecidos y difíciles de mermar, ninguna hace tan poco uso de tan grandes recursos.
Según información suministrada por el Secretario Ejecutivo del Colegio, las actividades culturales auspiciadas por la agrupación durante sus quince años de existencia son las siguientes: publicación de la Revista de Derecho, Legislación y Jurisprudencia; desde 1942 celebración de certámenes como parte de los actos de la Asamblea Anual; cursillos, en 1945, sobre estatutos locales para los colegiados que a causa de la guerra estuvieron durante algunos años sin ejercer la profesión; cinco conferencias, en 1946, por Victoria Kent, Luis Jiménez de Asúa, José María Ots Capdequí, José Trías Monge y Mariano Ruiz Funes; envío diario, desde 1946, con la cooperación económica del Departamento de Justicia, de las opiniones del Tribunal Supremo de Puerto Rico, a los colegiados.
Examinemos con imparcialidad, las tres que culturalmente me parecen más im-portantes: la revista, los certámenes y las conferencias, ya que el cursillo y las decisiones aunque utilísimas, conllevan un fin práctico, de naturaleza estrictamente profesional, que el abogado puede proporcionarse con o sin la ayuda del Colegio. La revista se limita, casi exclusivamente, a la publicación de los trabajos premiados en los certámenes y estudios jurídicos sobre estatutos y decisiones de interés local. Es, confesémoslo, una publicación de tono provinciano que hace muy poco honor, como órgano oficial, al Colegio de Abogados más antiguo de América. Los certámenes, al pago de cuyos premios contribuyen algunos abogados individualmente, debieran ofrecer mayor compensación pecuniaria, implican gran esfuerzo y estudio en un medio como el nuestro, no hay razón para que dada la holgura económica del Colegio no se retribuyan mejor. En cuanto a las conferencias, que debieran ser una de las activides más frecuentes del Colegio, ya que constituye uno de los mejores medios de enterarnos de las cosas que no tenemos tiempo para estudiar con detenimiento, el Colegio ha auspiciado sólo cinco. ¡Cinco en quince años y todas en el mismo año! Hecho tan revelador y contundente que huelgan los comentarios.
Esto significa, en resumen, que el Colegio de Abogados de Puerto Rico no cumple a cabalidad su misión, no estimula ni se preocupa por el mejoramiento cultural de sus miembros, no les ayuda a desempeñar la importante función que la esencia de su profe-sión les exige; que teniendo la obligación de estar, más que ningún otro grupo profe-sional, alerta, enterado de lo que en el mundo pasa, vive, al margen de los aconteci-mientos, pudiendo ser un actor de extraordinaria influencia en la vida puertorriqueña, se conforma con ser un espectador más bien pasivo que interesado, posee la fuerza de un gigante y vive como si solo tuviese las de un enano.
Justo es señalar aquí el generoso seguro de vida que por la pequeña cuota anual concede el colegio a sus miembros. Esto debiera complementarse con otro seguro que cubriese a los que por razón de enfermedad se incapacitan para el ejercicio de la profesión, que el Colegio ayude al abogado no sólo a morir con dignidad sino a vivir también con decoro. No olvidemos tampoco las dos becas anuales concedidas a estudiantes. Creo que el Colegio debiera, además, conceder por lo menos una al año para estudios en universidades extranjeras.
Este recuento no va encaminado sólo a criticar, a exponer las deficiencias de nuestra agrupación, otro propósito le anima. El de reconocer las faltas, para que inten-temos subsanarlas. Empecemos ahora mismo en esta Asamblea, adoptando las resolu-ciones necesarias para que el Colegio de Abogados haga uso de todos sus recursos y su poder para que se convierta en lo que debe ser: una fuente de estímulo para los colegia-dos y un factor de importancia en la cultura de nuestro país; que en esta reunión se haga algo más que elegir la directiva, premiar los trabajos del Certamen, y aprobar el presupuesto para el funcionamiento de la agrupación. Tratemos de esbozar un programa que indique nuestro deseo de convertirnos en lo que tenemos la obligación de ser, que los quince años que hemos someramente repasado nos sirvan de lección. Equivocarse puede ser una forma de aprender, nos muestra lo que debemos evitar. Pongamos tanto empeño en la tarea que cuando dentro de algunos años alguien, ante otros colegiados, haga un resumen de la labor del Colegio, no tenga que decir lo mismo que nosotros.
Por:Nilita Vientós Gastón
Palabras a la asamblea del Colegio de Abogados de Puerto Rico (1947)
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1 comentario:
Saludos, gracias por pasar por mi blog y dejar su comentario . La berenjenas quedan muy buenas en escabeche cuando guste pruebelas
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