miércoles, 9 de diciembre de 2009
Esa Película Me Revivió Mi Película.
Estuvimos en la casa hoy, día de semana, por causa de una tormenta de nieve. Así que en horas de la tarde nos pusimos a ver una película que hacia tiempo habíamos comprado. Se titula, “Home of the Brave”.
Cuantas emociones, cuantos recuerdos que pensé ya estaban olvidados, que ya estaban sepultados a pesar de haber trascurrido tantos y tantos años; pero están presentes aún. Al ver la película pude ver la otra película que hay dentro de mí.
Home of the brave habla de unos soldados que regresan después de la guerra. Regresan mutilados físicamente y emocionalmente. Y uno de los temas tiene que ver en como el sistema le da la espalda después de “servir”.
Siempre he sentido que los reclutadores son unos mal nacidos aves de rapiña. Se parecen a un vendedor de carros viejos. Prometen y prometen hasta más no poder. Recuerdo cuando mi tío me dijo “no entres, no ingreses, yo estuve en el infierno, en Vietnam”. Aún así ingrese.
Estuve en el entrenamiento básico. Luego entré a una escuela especializada en armas gracias a un sargento blanco, muy buena gente, que le decíamos “el maldito” de cariño pues en realidad fue nuestra “niñera”. Me especialicé en tiro, luego en tácticas. Entre a la escuela de élite. Obtuve el grado de sargento hasta llegar a la escuela de oficiales. Mis padres recibían cartas de generales, de tipos que hablaban de su hijo, de lo buen soldado que era, de el futuro que él tenía, de lo orgulloso que el ejército se sentía porque estaba sirviendo a su “nación”. Pura basura de formalidades. Los desgraciados no sabían quién diablo yo era. Yo fui un buen soldado que estaba orgulloso de sus parches y sobre todo de mi boina de color, cuando eso de tener boina era un orgullo entre los militares. Tener ese parche era grande ya que eran muchos los que solicitaban y eran pocos los que se graduaban de la escuela.
Como todos los días, estaba seguro de mi trabajo, lo conocía al pie de la letra, sabía qué hacer y qué no hacer. Siempre estaba preparado, nunca fallé en una misión, siempre fui un lobo que mis colegas respetaban y sobre todo nunca di marcha atrás. Llegó un día, en horas de la tarde, estaba resguardando a mi equipo. Alguien tiró una granada, alguien que no supe quien fue ni porqué la tiró. Lo que siempre supe es que no fue de mi equipo porque todos éramos uno, como los mosqueteros. Sentí un gran dolor, me sentí mal, sentí olor a sangre, pero no podía ver por lo espeso de la vegetación. No podía caminar, “demonios como dolía”. A pesar de ello tenía que cubrir a los hombres, ése era mi trabajo. Lo hice. Todo terminó. No hubo tiempo para el dolor, para la lástima personal, había que continuar.
Diache, cuando pude ver, mi pierna estaba toda llena de sangre, hecha una basura. Estuve en el hospital. Operaciones. Pastillas. Más pastillas. Nunca comprendía porqué siempre estaba durmiendo, porqué tenía tanto sueño. Regresé a casa sin poder caminar, destruido físicamente. Recuerdo como la vieja me recibió en el aeropuerto, y claro, nuevamente mi tío estaba allí y me dijo “te lo dije que no entraras”, le respondí, “no me arrepiento.”
Siempre a las 5:00 AM me vestía con mi uniforme, siempre planchado, mis botas lustradas, todo en orden, pero estaba en la casa de mis padres, no en una base militar. Nunca recibí una carta de esos generales de hojalata que les escribían a mis padres. Se habían olvidado del sargento. Faltando unas semanas para obtener mis barras recibí una carta donde me daban de baja del "honorable" ejército. Fue un papel sin nada más, sin señal de agradecimiento, pero todo estaba tranquilo porque yo recibía pastillas para estar de viaje.
Sin poder caminar, sin poder moverme, comenzó mi calvario. Solo. Sin mis colegas. Solo con el amor de mis viejos y de mi hermanita pude luchar y luchar hasta poder rehacer mi vida después de tantas operaciones y de luchar contra el mismo sistema. Estos me negaron mis derechos, buscaron todas las excusas posibles y hasta se les perdió mi abultado expediente medico. Obtuve cero, nada. Así tuve que salir adelante por mi mismo. Después de que los médicos me dijeron que no volveria a caminar jamás, muchos años después lo hice, pude volver a caminar.
El ejército se nutre de jóvenes idealistas y con ímpetu. Les venden villas y castillas hasta que tienen un accidente, luego del sismo el sistema los castiga dándole la espalda.
Esa película me revivió mi película.
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