jueves, 4 de junio de 2009
Epístola de paz a Juan Mari Brás
¿No ha de haber un espíritu valiente,
Siempre se ha de sentir lo que se dice,
Nunca se ha de decir lo que se siente?
Dígame, Juan usted que se conoce
Esta Patria al derecho y al revés,
¿Por qué hemos de sufrir viviendo el roce
De la muerte y saberlo y a la vez
Ser como somos: valerosos, buenos,
Pueblo que se reafirma en lo que es?
Pese a que la barbarie de los truenos
Hizo de Vieques un sifón de vidas,
El trágico jardín de los venenos.
Aquí sigue de pie en las redimidas
Playas la dignidad; el desafío
De Rubén; de Ismael; las encendidas
Redes de los Zenón; el poderío
De los niños, ancianos y mujeres
Inmensos, frágil, invencible trío-
Convocado en la noche de los seres
De la mar, en la cruz de la tormenta
O en el ritual de los amaneceres;
Con Monseñor Corrada y la contenta
Comunión de la misa al descampado,
En pleno blanco de la acción violenta
De la Marina, territorio ajado
Por las bombas, las crueles balas vivas,
Que matan con efecto retardado,
Ahora por unos meses inactivas
Gracias a la presencia persiste
De las fuerzas del pueblo redivivas,
En actitud tenaz, desobedientes,
Frente a la fuerza torpe del coloso,
Airado ante el abismo del valiente.
Mueve el pueblo sus signos cauteloso,
Listo para avanzar si es necesario,
Presto a sufrir si el animal vicioso
Impone la barbarie del corsario,
Sobre el derecho a paz de la inocencia
En otro vietnamítico escenario.
Dígame, Juan, usted que, en su decencia,
Detuvo el plomo vengador de su hijo,
Cuando era el plomo la crucial sentencia,
Ante aquel crimen como trueno fijo
Entre las sienes del dolor sin tregua,
Dígame usted, si no es acto prolijo,
Imperioso, fecundo y, a la larga,
Justo, volver a Albizu en otro plano,
De la historia pensada como yegua
De la mar, como quiso aquel hermano,
Juan Antonio a la luz de su Alabanza,
Cuando describe el golpe soberano
Para un hombre cabal que verse patria,
En medio del horror de un pueblo inerte
Que desconoce el arca solidaria.
Por eso, Juan, usted que es firme y fuerte,
Dígame si no es justo disparate
Disponerse a la llama de la muerte.
Ahora que la traición y el acicate
Del miedo ajustan la peor oferta
Al pueblo que reclama su combate.
Dígame, Juan, usted que vive alerta,
Si no es mejor echar el resto ahora
Que aguardar sin pasión la mala hora,
Sin lucida reyerta
Dígame, Juan,
Que ya se abre la puerta…
Por Edwin Reyes
1ro. De febrero de 2000
San Juan
Pronto restablecimiento para Don Juan Mari Brás
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