Nuestro Puerto Rico del Alma

Una vida no es fuerte sino cuando se ha consagrado a conquistar su ideal por sencillo que sea. Eugenio María de Hostos.

viernes, 23 de enero de 2009

Eugenio María de Hostos (1839-1903)

Eugenio María de Hostos nació el día 11 de enero de 1839 en el Barrio Rió Cañas de Mayagüez y murió en Santo Domingo, capital de la Republica Dominicana, el 11 de agosto de 1903. Fueron sus progenitores Doña Hilaria María Bonilla, de ascendencia dominicana y Don Eugenio de Hostos, quien ocupó el cargo de escribano real en Mayagüez tras el fuego que destruyó la ciudad en 1841.

Cursó la educación primaria en el Liceo de San Juan Bautista de Mayagüez entre 1847 y 1851. Viajó a Bilbao, España en 1852, comenzando allí sus cursos hacia el bachillerato. Ingresó en las facultades de Derecho y Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid en 1858, en la cuál fue discípulo de Don Julián Sanz del Rió, que inspira en Hostos, así como en los alumnos contempéranos suyos que forman la generación gestora de Revolución Gloriosa de 1868 en España, la filosofía del krausismo, variante ibérica, fundado en la versión mas avanzada de la época del positivismo. Su primera obra literaria, “La Peregrinación de Bayoán”, se publicó por primera vez en España en 1863. Al publicar la segunda edición en Chile, en 1873, lo califica como “un grito sofocado de independencia por el que comencé mi vida pública”.

En 1863, ya inmerso en las luchas por el derrocamiento de la monarquía y el establecimiento de la república en España, dirige el periódico “El Progreso” en Barcelona. Al establecer el primer gobierno, dirigido hacia el propósito de establecer una republica en España, reclama a sus compañeros de la nueva dirección del gobierno el cumplimiento de la promesa de otorgar completa autonomía a las últimas colonias de Espada en América, Cuba y Puerto Rico. Reclama, además, la inmediata excarcelación de los presos políticos puertorriqueños como consecuencia del Grito de Lares. Le ofrecen la gobernación de Barcelona, la cual rechaza, insistiendo en sus planteamientos principistas. Al rechazarse la demanda autonomista para sus antillas, comienza su transición hacia la revolución separatista antillana. Su primera expresión en esa dirección fue un discurso muy impactante en el Ateneo de Madrid el 20 de diciembre de 1868. En 1869 fue recomendado por el Partido Liberal de Puerto Rico para formar parte de la Junta Informativa que atendería los reclamos del pueblo puertorriqueño sobre abolición, de la esclavitud y plena autonomía política. El propuso, en cambio, a Segundo Ruiz Belvis para representar a la región occidental de Puerto Rico y éste fue el designado. Fue Ruiz el autor de la parte del Informe de la Junta Informativa relativa a la demanda de abolición de la esclavitud.

En 1869 parte hacia París y de ahí a Nueva York. En Nueva York se integra a los esfuerzos cubano-boricuas por la independencia de ambas Antillas. Para buscar apoyo a esa lucha, y en particular para la guerra de liberación que ya habían comenzado en Cuba a partir del Grito de Yara de 1868, comienza su primer peregrinaje por América Latina en 1870. Permanece durante un año en Lima, Perú, donde ejerce profusamente el periodismo. De allí pasa a chile, donde realiza tareas periodísticas y pedagógicas. Escribe algunas de sus obras mas reconocidas, como el trabajo que propone la Educación Científica de la Mujer, en el que plantea que la razón no tiene sexo, y por tanto es contrario a la buena civilización mantener al margen de los procesos educativos masivos a las mujeres. También en Chile, en esa ocasión, escribe su ensayo crítico sobre Hamlet, la obra de Shakespeare, que ha sido traducida a varios idiomas por considerársele uno de los escritos más enjundiosos sobre esa obra del autor británico.

Luego va a la Argentina, donde se le ofrece una cátedra universitaria la cual no acepta por la prioridad que daba a su función asignada de procurar apoyos para la lucha de independencia de Cuba y Puerto Rico, la cuál él, al igual que Betances, unionaba siempre en una sola dedicación a lo que llamó su “idea dominante”.

Participó en la expedición revolucionaria dirigida por Aguilera, que salió en una embarcación desde Boston destino a Cuba, donde se unirían a la guerra de independencia que se realizaba en la Manigua. La expedición naufragó, y tuvieron que regresar a Estados Unidos, lo cuál causó una gran frustración en Hostos, que por aquellos días había admonizado que “de todo los vicios, el peor es el de perder el tiempo de la acción en la palabra”.

Así se va a Puerto Plata, al norte de la Republica Dominicana, y allí se reúne nuevamente con Betances, y por primera vez con Gregorio Luperón, el general dominicano que fue otro de sus grandes amigos por toda la vida, así como con su otro gran amigo dominicano de siempre, Don Federico Henríquez y Carvajal.

En Venezuela, en 1876 inicia su labor pedagógica, que ha de ser, junto al periodismo, su otro gran oficio por el resto de su vida.

En 1877 se casa con la joven cubana, domiciliada en Venezuela, Belinda Otilia de Ayala. Ella tenía 15 años de edad y Hostos 38 a la sazón. El matrimonio dura toda la vida para ambos. Ella lo sigue por todas las rutas de su largo peregrinaje: Santo Domingo, Santo Tomás, Chile, Puerto Rico.

De 1879 a 1889 ejerce la cátedra en varias disciplinas en la República Dominicana y funda la Escuela Normal para maestros y maestras. Dicta sus Lecciones de Derecho Constitucional, que luego sus discípulos, al recopilar sus notas, hacen posible la publicación de las mismas en un texto pionero de esa disciplina en la América Hispanohablante.

Su concepto del Derecho como una rama de la Sociología se funda en un principio muy distinguible del de los teóricos políticos de Europa y Norteamérica. Mientras éstos han ubicado siempre el estado como la fuente última de poder, para Hostos el poder último reside en la sociedad y no en el estado.

Por eso plantea, “Yo creo, tan firmemente como quiero, que la independencia de Cuba y Puerto Rico ha de servir al porvenir de la América Latina”. Y esa convicción le salvó de convertirse en anexionista, antes y después de la intervención de Estado Unidos en Puerto Rico. Esto a pesar de su admiración por el federalismo puesto en práctica por Estados Unidos al establecer su constitución.

La sociedad para Hostos es un organismo natural y “concebir la sociedad tal como es y negarle sus condiciones naturales de existencia”, dice, “es propósito absurdo. Es, además, peligroso: todo lo dotado del vida y organizado para la vida, se debate fatalmente, aunque no quiera, contra toda coacción que la deprima, y buscará con tenacidad igual a la presión que se ejerza sobre ella, el restablecimiento de las condiciones naturales de su existencia.”

“Eso es lo que hacen”, sigue afirmando, “todas las sociedades abatidas por una usurpación de la soberanía”.

Con tales principios como fundamento esencial de su ideología, y su accionar político y personal ---que es lo más importante--- Hostos no contemporizó jamás con ninguna usurpación de la soberanía del pueblo. Por eso se manifestó vigorosamente contra tiranos y usurpadores del poder del pueblo por todos los países en que vivió. El oportunismo político, que ahora le llaman “real politic” no entró jamás en las categorías de la moral social hostosiana.

Esos principios le llevaron a dejar todos los privilegios que había alcanzado en Santiago de Chile, donde se reconoció ampliamente su gran valor como escritor, periodista, intelectual y educador, para regresar a su patria Antillana ante los peligros que representaba para los derechos soberanos de nuestras Antillas la guerra que Estados Unidos le declaró a España en 1898.

Enfrentado a la enfermedad Terminal, agonía y muerte del doctor Betances, a quien él reconocía como el dirigente mayor del separatismo boricua, e instado por éste a tomar su cargo en la conducción ideológica de la situación creada con esa guerra, y frente al hecho consumado de la invasión de Estados Unidos a Puerto Rico y la inminente negociación del tratado de paz entre la nueva potencia americana y España, Hostos pudo reclutar a sus amigos y compatriotas Dr. Julio Henna, anexionista respecto a Estados Unidos en los comienzos de este proceso, y al Dr. Manuel Zeno Gandía autonomista, para juntos fundar la Liga de Patriotas Puertorriqueños (10 de septiembre de 1898 en Nueva York) y llamar a los boricuas a unirse para reclamar a Estados Unidos que se reconociera a Puerto Rico como pueblo y no como un predio transferible de una potencia a otra como si fuera una finca. Fundó sus reclamos en las normas del Derecho Internacional prevaleciente al momento.

Los políticos puertorriqueños que comandaban los partidos, el Republicano y el Federal, organizados al amparo de los nuevos invasores en 1899, no respondieron al llamado hostosiano.

Regresó a la República Dominicana, llamado por sus antiguos discípulos que habían derrocado la tiranía de Herieux (Lilí) para que se hiciera cargo de la enseñanza en esa nación hermana. En ese esfuerzo educativo, cónsono con la suprema vocación de vida, pasó sus últimos años desde 1900 al 1903, cuando falleció el 11 de agosto, tras una última mirada al Mar de las Antillas desde su habitación en la Quinta Las Marías donde residía con su familia. Allí se realizaron las honras fúnebres, en las que su amigo y compañero Don Federico Henríquez y Carvajal, al despedir el duelo, dijo “¡Oh, América infeliz, que solo conoces tus grandes vivos cuando son tus grandes muertos!” Hoy sus restos descansan en el Panteón Nacional (también conocido el altar de la patria), junto a los de Sánches, Duarte y Mella, padres de la nación dominicana, y Gregorio Luperón, el gran amigo y compañero de luchas de nuestros compueblanos. Porque Eugenio María de Hostos es, sin duda, el más ilustre mayagüezano de todos los tiempos.


Por: Juan Mari Brás
15 de febrero de 2006
Mayagüez, Puerto Rico

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