(Yo conocí a Don Ricardo Díaz,
me cortaba las uñas en la cárcel).
También fue la criatura desolada
que funda la familia en el silencio,
más allá del objeto, el dulce objeto
que no resuelve nada
cuando estamos de pie
recibiendo el pan
inmortal
de los muertos.
Don Ricardo, ¿qué es el poder ahora,
en esta desnudez exquisita,
qué son de los políticos venales
que hinchan su cuello en la refriega,
y avasallan sin poder
herir
el aire?
¿Dónde están los orgullos naturales,
los que me meditan en la esterilidad cruenta,
los fáciles mandones que obtienen de la cruz,
la deidad del gusano?
Tú, antes de morir,
repudiaste todo objeto, toda vestidura.
Tú quedaste tan inerme, tan sedoso como Job,
porque el poder no sabe
suprimir al hermano,
al hijo de la unidad constante,
al paria tan real
en medio de la guerra.
Tú, en cambio, eres la paz del fiel Desconocido.
No querías subvertir la amapola,
ni la paloma jaspeada,
ni el Intermediario del cenit
que obra sin ser visto
en los cauces andantes de la tierra.
Así son los Hombres,
como dioses hallados, como savias,
tan gratuitos que no exigen esfuerzo
sino la órbita clara en que duerme el rocío.
(Fragmentos, Canto de la locura, Francisco Matos Paoli)
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