Nuestro Puerto Rico del Alma

Una vida no es fuerte sino cuando se ha consagrado a conquistar su ideal por sencillo que sea. Eugenio María de Hostos.

viernes, 13 de febrero de 2009

Canto de la locura

Poesía en el tiempo, estación de libertades


Tengo un secreto vivo de ternura
Un pan sagrado y lento
Que no es para la boca
Un dulzor inviolado
Que hace danzar el camastro de la cárcel.

Francisco Matos Paoli
Canto de la Locura

El poeta sublimiza las contemplaciones contra el muro. El muro sigue manando sus sombras de existencia, se queda indiferente, repele todo acercamiento de la piel. El poeta se silencia, y es que un largo viaje se inicia en las manos, la escritura es una mano acertada contra la imagen pura y de sensación extemporánea. Hay un lugar en esa cárcel donde no existe una cárcel, o bien, un hombre gravita en el estigma de los versos, en el cisma de ver todas las cosas, que son posibles por la sed que no se conoce en la salud de la libertad y las calles abiertas. Llega, a traspasar el cadalso, y deja de respirar a la amargura. Aquí un hombre que es poeta único, ha domado la locura y sus aguijones, y hace alas de una locura que derrota a los psiquiatras. Una locura que tiene himnos, quetzales, fórmulas de color, yuxtaposiciones del sentido, alquimias entre el dolor y la belleza de la liberación encerrada, porque el estar loco, exiliado de la cotidianidad, el tedio, la ofuscación, se convierten en las más originales de las pulsaciones creadoras.

Los barrotes, el perímetro seco y delgado, la fuerte soledad que huele a cuchillo, que sabe a caos, a sordera de la luz y sus nombres, no puede someterle. Más allá del cauterio que arde hora tras hora, en los lugares del cuerpo, en los lugares de la cama ajada y marchita de reposo, existe un poder de espíritu, un hombre que, en la más hermosa vigilia del alma, su ciudadela-recordando al Gautama Sidharta-su flecha bendecida que traspasa todas las voluntades del miedo, la que zurce la voz para quedar impasible y en majestad de todos los hombres cuya libertad es hambre, es recuerdo del camino abrazado que no llega a los pies, por la ceguera del imperio y sus edecanes. Isabel Matos Freyre, su compañera, su aliada de todos los años y todos los mundos describe en Diario de un poeta el encuentro de aquel 4 de enero de 1955 junto a sus hijas Susana y Marisol:

“De pronto entró Paco con los brazos abiertos en cruz, buscándonos por la sala. No podía ver. Parecía el espíritu de su propia identidad. Delgado y pálido como un santo, se movía pausadamente por el ámbito. El pobrecito de la patria, la poesía y el amor emanaba el resplandor espiritual de un asceta. Sin camisa, con un pantalón raído cogido a la cintura con una leve soga. ¡Tan grande y humilde! Mi corazón se abrió en lágrimas. Cuando logró vernos, nos unimos los cuatro en un abrazo de júbilo y dolor.”

El dolor, como diría Rosario Castellanos en su máximo poema Lamentación de Dido; “¡Y qué otra cosa puedo ser más que dolor, ya me ha hecho eterna!” lo consume de manera invertida, no para morir, no para quedar encadenado en los múltiples reclamos del vacío, sino para iniciar un continuado nacimiento que ilumine a todos. Dolor a luminosidad. Dolor que se va con las palabras, con la simiente del nuevo testimonio poético. El hermano Francisco Matos Paoli sigue naciendo todos los días cuando se abre ante nuestros ojos el poema que provoque la creación y la iluminación. La poesía es oficio para crear luz, para verter luz, donde rompen los silencios, para denunciar echando mano a la antorcha invencible, lo que oprime, lo que sesga, lo que castiga sin aliento de justicia.

Hoy, muchos años después, bajo el signo del nuevo siglo, nos llega de la mano de Terranova Editores una nueva edición de esa sinfonía de la luz, el dolor, y la libertad llamada Canto de la locura. Una manera de traernos la poesía en sencilla inmensidad, y a la vez con la belleza de la savia pictórica. Con la edición y un estudio de Ángel Darío Carrero, otro de Mercedes López Baralt, la presencia de Antonio Martorell, Elizam Escobar y Rafael Trelles en la evocación de las figuras latentes de la pintura y la caligrafía, esta edición –en la que también participa Elidió Latorre como presidente de Terranova- lleva muy bien el propósito de traer a las nuevas generaciones y a los nuevos poetas, la obra de una de las grandes voces de nuestra literatura.

Nos parece que esta iniciativa debe continuar, que deben rescatarse autores como René Marqués (ahora desconocido por la vaga administración de su obra) Abelardo Díaz Alfaro (zozobrando en una sinrazón familiar, los dólares y los centavos), autores que tienen su camino libre, de la mano con los más destacados de Hispanoamérica.

Luego de este paréntesis necesario en la nueva coyuntura histórica que respiramos, vayamos al Canto de la locura de Francisco Matos Paoli. La galería fotográfica, es también poesía, en los modos de las edades del poeta. Su familia, su militancia política llevado del verbo de Don Pedro Albizu Campos, el discurso de la libertad, la confraternización poética desde Ernesto Cardenal, Pedro Pietri, Angela María Dávila, José Emilio González, Alfredo Bryce Echenique, Juan Antonio Corretjer o Pedro Mir.
“Ya esta transido, pobre de rocío, este enorme quetzal de la nada”. Aquí comienza el viaje, comienza la figuración de la llave exclusiva al pórtico del ser. Aquí el poeta deja su presencia terrenal, queda sólo en palabras, desnudo como toda luz próxima al alcance y queda, el espíritu en la soledosa explicación de su lenguaje y de su tiempo. Nada basta, ni el signo, ni el número del hombre, ni el mar, ni la misma esperanza. Sin embargo la demencia sólo puede traducir una poesía entre códigos, fulgor de ser contra lo nombrado y el pensamiento de unidad, o las constantes lamentaciones del camino recorrido. A la vez se anuncia la llegada de una música que sólo puede interpretarse en otro estadio mental, en otro estadio inmerso bajo el lenguaje de deslumbrantes meta metáforas, inmensas contraposiciones entre el bien y el mal, entre la huida de la divinidad, el recuerdo del amor, el viento del avatar, el abrazo del maestro libertador, y El Maestro Carpintero, Hijo de David.

No está, no camina, sólo observa, busca los vuelos que se le presentan en su mirada, como flogisto de un ángel futuro, pero amargo en las paredes del calabozo. Le azuzan constantemente respuestas perfectas del poeta que no ha escrito, y a su vez, la última curvatura del grafito contra el techo lacerado de otras lágrimas y sentencias. A su vez, el libro es la contemplación de todos los estados deseados de la libertad. Todas las libertades hacia una: El Pensamiento en Uno. Llegar a la totalidad sabiendo que sólo esa posibilidad se transparenta con la demencia, porque estar demente no es un dolor que destruye y hace el caminar tosco y ciego, sino que estar loco, verdaderamente loco (a la altura de Alonso Quijana, el bueno), es ser el demiurgo fiel a interpretarse en el corazón y en los dominios de la poesía.

Leer El Canto de la locura es vivir la esencia misma de los secretos y las verdades que los secretos inflaman con pasión y firmeza. La Cruz del Gólgota emancipa al pobrecito de la patria, lo redime, y lo hace presencia fuera de todas las oleadas del tiempo. Leerlo cada vez que la razón termina, es una virtud, porque ser poeta es sentirse en ese nuevo estado de luz de Saulo, una vez más camino a Damasco, cuando la luz tenía voz, y rasgo sin nombre y arrebató al profeta. Y para bien, existe la poesía, la verdadera, la que abre los caminos, soporta el tiempo y siempre refresca las nuevas libertades. De modo que Don Paco, como le decimos sus discípulos y amigos, nos deja la verdad del hombre unido a la poesía, o el otro indicio de luz en la palabra y las cosas:

Hace falta volver a la inocencia
Crear de la nada,
Sostenerse en un hilo
Volcar en los ocasos
Los puños encendidos
Hasta que la rosa sea estrella
Hasta que la estrella sea rosa.

(Canto de la locura, poema XVII)


Fuente: Mario Antonio Rosa/ ESPECIAL PARA EN ROJO

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